18 ago 2022
Hace poco, en una reunión con amigos, uno de ellos dijo: “Hace tiempo que espero se me ocurra una idea de negocios que me haga ganar mucho dinero”.
Mi observación fue: “Las ideas valen 5 centavos”.
Ante mi respuesta, otra amiga se mostró indignada: “Claro que no, ¡¿cómo una idea va a valer 5 centavos?! ¡De ninguna manera!”
Hay una frase que se le atribuye a Peter Drucker, que dice: “Por una idea pago 5 centavos; por una implementación, ¡pago una fortuna!”
Buscando defender su “idea”, mi amiga siguió argumentando a favor del valor de las ideas; entonces, se desató la siguiente conversación acalorada:
“Te vendo una idea”, le propuse. “Te aseguro que, si la llevas adelante, vas a ganar un millón de dólares. ¿Cuántos me pagas por la idea?”
“¿Pero cómo sé que voy a ganar un millón de dólares?”
“Firmamos un contrato que diga que, si llevas adelante la idea, vas a ganar, al menos, un millón de dólares. Y si no ganas esa suma, te devuelvo lo que pagues”.
“¿Pero de qué se trata la idea?”
“Si te la cuento, no puedo vendértela”, respondí. “¿Estás dispuesta a pagar diez mil dólares? Es una pequeña suma comparada con un millón”.
“Pero ¿cómo…¿ ¿Y qué pasa si…¿ ¿Entonces…?
“Bueno, ¿te parecen mil dólares?
Su expresión había migrado de “Por supuesto que tengo razón” a “¿En qué lío me metí?”.
Bajé el precio hasta llegar a 10 dólares y tampoco pude conseguirlos a pesar de estar dispuesto a firmar un contrato que asegurara un retorno de un millón de dólares si se llevaba a cabo la idea, más money back guarantee (como dirían los angloparlantes) o la devolución del dinero si no se concretaba la famosa idea.
Recordemos que “precio” es lo que al menos una persona está dispuesta a pagar por un producto o servicio. En este caso, mi amiga no estaba dispuesta a pagar ni siquiera 10 dólares. Por lo tanto, ¿cuánto vale la idea que le iba a contar? ¿Cuánto vale cualquier idea?
¡¿Las ideas no valen nada?!
La frase anterior “hace ruido”; hay algo que no suena correcto y hay un motivo…
Crear un negocio es una tarea muy compleja; mucho más de los uno se imagina. El 95% de los emprendimientos fracasan en los primeros 5 años.
En palabras de Elon Musk: “Cuando se inicia una compañía, la felicidad, al comienzo, es alta. Después uno se encuentra con todo tipo de problemas y la felicidad empieza a declinar en forma constante. Luego se atraviesa por todo un mundo de dolor. Finalmente, después de mucho tiempo, si logras tener éxito, la felicidad regresa. Y en la gran mayoría de los casos no va a ser así. Tesla casi no lo logra; estuvo muy cerca del fracaso”.
O como dijo Bill Gates: “La televisión hace parecer que comenzar un negocio es algo fácil y emocionante, pero implica un arduo trabajo. No se vean atrapados por la narrativa del autoempleo. Se necesita mucha disciplina para convertir los sueños en realidad”.
Llevar adelante un emprendimiento requiere, entonces, de una actitud muy especial.
Nuestras ideas, muchas veces, vienen acompañadas de una fuerza interior irrefrenable. Nos dan energía, entusiasmo y nos llevan a la acción.
Nuestras ideas, muchas veces, vienen acompañadas de una fuerza interior irrefrenable. Nos dan energía, entusiasmo y nos llevan a la acción.
Es esa energía la que tiene valor, la que nos impulsa a emprender, a llevar adelante un proyecto. La fuerza que nos hace trabajar incluso los fines de semana y a no claudicar cuando aparecen los problemas.
La “obsesión” por llevar adelante nuestras ideas puede ser, en parte, lo que nos impulse, como también lo puede ser la búsqueda de una palmada en el hombro o, tal vez, al final del camino, la caricia al ego de poder decir: "Tenía razón".
En resumen, para otros, nuestras ideas de negocios valen casi cero; nadie estará dispuesto a pagar por ellas. Pero, para nosotros mismos, pueden ser el motor inicial que nos lleve a construir empresas que sí tengan valor, y mucho, para millones de personas.
No pensemos, entonces, que lo que necesitamos para hacer dinero es simplemente una idea; las ideas valen solo 5 centavos para los demás. Usemoslas como lo que son: el combustible que necesita toda implementación.
Carlos Traseira